
¿Y si el futuro del campo dominicano no dependiera de la pobreza haitiana, sino de la tecnología?
Por Abril Peña
Durante décadas, la agricultura dominicana ha funcionado como un sistema silenciosamente dependiente. Una verdad incómoda que casi nunca se menciona en voz alta: si mañana desapareciera la mano de obra haitiana, nuestro campo colapsaría. ¿Por qué? Porque son ellos —los más pobres entre los pobres— quienes hacen el trabajo que muchos dominicanos ya no quieren hacer: sembrar, cortar, cargar bajo el sol, sin derechos, sin seguros, sin garantías.
Y no se trata solo de apatía nacional. El problema es estructural. En la República Dominicana, la informalidad ofrece más ingresos y menos esfuerzo que trabajar de sol a sol en una finca ajena. Vender en una esquina, hacer fletes, manejar delivery o dedicarse a la economía de redes deja más dinero que sembrar yuca o recoger tomates.
Entonces, ¿la solución es seguir importando pobreza o mirar hacia otro lado? ¿O podríamos pensar distinto?
¿Y si la solución no está en quién trabaja la tierra, sino en cómo la trabajamos?
La respuesta podría estar en la inteligencia artificial, la robótica y la innovación agrícola. Ya existen drones que siembran, sensores que detectan humedad, apps que predicen cosechas y robots que cosechan frutas con precisión quirúrgica. Pero el problema no es si se puede hacer, sino si nosotros —con nuestro sistema agrícola fragmentado, informal y poco tecnificado— estamos listos para implementarlo.
¿Podemos sembrar con drones y cosechar con máquinas?
Sí, y ya se hace en otras partes del mundo.
Drones agrícolas pueden sembrar, fumigar, fertilizar y monitorear plagas. Algunos incluso lanzan semillas directamente sobre terrenos preparados.
Cosechadoras automatizadas recolectan arroz, caña, maíz y hasta frutas delicadas con visión computarizada que distingue cuál está lista y cuál no.
Sensores de humedad, apps con IA y robots recolectores ya son parte cotidiana en fincas de Brasil, EE.UU., España y Japón.
Pero nuestra realidad es distinta. Aquí el campo está compuesto por miles de pequeños productores, con acceso limitado a crédito, capacitación y tecnología. El 70% de las fincas tienen menos de 5 hectáreas. Y en muchas comunidades rurales, aún se siembra “a ojo” y se riega con cubetas.
Entonces, ¿es imposible? No. Solo que la ruta tiene que ser distinta.
¿Cómo podría adaptarse esto al contexto dominicano?
Cooperativas tecnológicas: si un pequeño productor no puede comprar un dron, puede alquilarlo colectivamente.
Programas de capacitación en IA agrícola: formar jóvenes rurales como operadores tecnológicos.
Apps nacionales para conexión directa entre productores y mercados, eliminando intermediarios y mejorando ingresos.
Subsidios e incentivos reales para la innovación agrícola, más allá de discursos vacíos.
Zonas piloto de modernización agrícola en el sur y noroeste, donde el impacto económico y social sería inmediato.
El dilema no es si la tecnología puede reemplazar la mano de obra haitiana.
El dilema es si estamos dispuestos a dejar de depender de la miseria ajena para sostener la producción nacional.
En un país turístico, vulnerable al cambio climático y con alto desempleo juvenil, modernizar el campo no es un lujo: es una necesidad estratégica.
Porque tal vez ha llegado el momento de preguntarnos:
¿y si sembramos con dignidad, cosechamos con inteligencia y construimos un campo dominicano del que no tengamos que huir, sino al que queramos volver?