Cuando una frase así sale del púlpito, no es un simple sermón. Es un jalón de orejas moral que retumba más fuerte que cualquier discurso político. Y esta vez vino de boca del arzobispo coadjutor de Santo Domingo, Carlos Morel Diplán.
“Qué pena usar a los enfermos para hacerse más ricos”. Duro. Directo. Sin anestesia.
La referencia al caso del Seguro Nacional de Salud (SENASA), donde se investiga un presunto desfalco que ronda los 15 mil millones de pesos, no necesita mucha interpretación. Cuando la salud se convierte en negocio para unos pocos, el pecado deja de ser simbólico y se vuelve estructural.
Morel Diplán no habló desde la rabia, habló desde la esperanza, esa palabra que hoy suena ingenua, pero que él defendió con firmeza: “Tenemos la esperanza de que haya un buen sistema de salud”. Esperanza, sí… pero no ciega, ni sumisa, ni cómplice.
Durante la homilía por el cierre del Año Jubilar, recordó algo que a muchos gestores públicos se les olvida: los enfermos no son un gasto, son personas. El problema es que hay quienes miran al otro no por lo que vale, sino por lo que produce. Y cuando no produce, estorba.
La frase más incómoda fue también la más cristiana: “Cristo no pasó indiferente por el lado de un enfermo”. Pero hoy, demasiados pasan, miran… y siguen de largo, mientras cuadran números, contratos y comisiones.
Que un arzobispo tenga que recordar que la salud no es botín, sino derecho, dice mucho del momento que vive el país. Aquí no hablamos solo de auditorías, hablamos de conciencia.
Porque robarse el dinero público es grave.
Pero lucrarse con el dolor humano… eso no es solo corrupción. Eso, como diría cualquiera en buen dominicano, es no tener madre.
Cuando la Iglesia habla claro y el poder se incomoda, algo anda muy mal… y no es el sermón.







