Leonel Fernández apareció otra vez en modo fiscal moral, señalando el caso SENASA como “una tragedia nacional”, hablando de desfalco, mega-corrupción y pérdida de la “virginidad” ética del gobierno.
Y uno se pregunta, sin relajo: ¿en serio?
Porque escuchar a Leonel hablar de corrupción en tono solemne es como ver a un pirómano dando cátedra sobre prevención de incendios.
¿Se le olvidaron los escándalos que marcaron sus propios gobiernos? ¿Se borraron de la memoria del país los sobrevaluados, los contratos oscuros, los expedientes engavetados y los “intocables” de ayer?
No se está diciendo que el caso SENASA no sea grave. Lo es. La salud del pueblo no se juega, y si hubo corrupción, debe castigarse hasta las últimas consecuencias. Pero lo que no cuadra es el papel de víctima indignada que hoy pretende asumir quien gobernó 12 años con un sistema donde la corrupción nunca fue tragedia, sino paisaje.
Leonel dice que “nunca había ocurrido algo así”. ¿Nunca? ¿Nunca se afectó al pueblo con decisiones corruptas, endeudamientos sin explicación, obras faraónicas sin retorno social, ni impunidad selectiva?
Habla de honestidad perdida, cuando durante sus gobiernos no se permitió tocar ni a Víctor Díaz Rúa ni a Félix Bautista, y hoy resulta que ahora sí descubrió que la corrupción duele… y que duele mucho.
Criticar al gobierno es válido. Exigir justicia, también. Pero venir a pontificar desde un pasado que el país no ha olvidado es subestimar la memoria colectiva.
Así que no, Leonel… Hablar de corrupción no es pecado. Lo que sí es un abuso es hablar como si uno no tuviera historia.
