
Capítulo 4 – El espejismo de la inversión pública
Por Abril Peña
República Dominicana crece, sí. Pero el crecimiento económico no siempre se traduce en bienestar para todos.
En los capítulos anteriores vimos cómo la riqueza se concentra en pocas manos, cómo el sistema fiscal es regresivo y cómo los intentos de reforma enfrentan la resistencia de élites poderosas. Ahora toca preguntarnos:
¿Y la inversión pública? ¿Realmente se invierte tanto como se dice?
¿A quién benefician las grandes obras mientras algunos barrios aún carecen de aceras, o espacios de esparcimiento, los hospitales tienen carencias y las escuelas colapsan?
Porque no basta con construir. Hay que construir para todos.
La promesa de la inversión pública
El gobierno presume de grandes proyectos: autopistas relucientes, complejos turísticos que atraen divisas, edificios modernos que cambian el rostro de las ciudades.
Y no es mentira que se invierte. Según el Ministerio de Hacienda (2023), la inversión pública en infraestructura ha crecido en los últimos años, superando el 3% del PIB en algunos períodos.
Pero la pregunta no es cuánto se invierte, sino cómo y para quién.
Sin embargo, hay que decirlo con claridad: en este 2024 la inversión pública ha bajado, a pesar del esfuerzo del gobierno por mantener equilibrio fiscal en medio de presiones externas. La caída representa un nuevo reto en la búsqueda de equidad territorial.
Obras visibles, problemas invisibles
Las grandes obras son el orgullo de cualquier gobierno. Una nueva carretera o un proyecto turístico se vende como progreso, y los titulares lo celebran. Pero el impacto real es otro:
Autopistas y proyectos turísticos a menudo benefician a sectores específicos, como empresas constructoras o inversionistas extranjeros, mientras los barrios populares siguen sin alcantarillado o calles pavimentadas.
Hospitales colapsados: Aunque se construyen nuevos centros de salud, muchos carecen de equipos, medicinas o personal suficiente. En 2022, el gasto per cápita en salud en RD fue de apenas 390 dólares, comparado con 1,200 en Costa Rica (Banco Mundial).
Escuelas sin recursos ni mantenimiento: Se han levantado muchos planteles escolares, pero enfrentan serias carencias por falta de mantenimiento. Las denuncias por techos con filtraciones, baños inservibles y aulas deterioradas son frecuentes. Y aunque los maestros están entre los profesionales mejor pagados del país, la falta de formación continua y materiales didácticos limita el impacto en la calidad educativa.
Estos problemas no son solo de ejecución. Son de prioridades. Y también de percepción…
Cuando construir para el pueblo no se percibe como “obra real”
Paradójicamente, cuando el gobierno se enfoca en obras sociales —como aceras, drenajes, mantenimiento escolar—, la población a veces no las identifica como logros.
¿Por qué?
Porque durante décadas —con Trujillo, Balaguer y Leonel— el país fue entrenado para asociar el progreso con megaproyectos. Con lo monumental. Con lo que se ve desde lejos.
Hoy, aunque se construyan centros comunitarios, se reparen escuelas o se coloquen aceras en barrios olvidados, muchos siguen preguntando: ¿Dónde están las obras del gobierno?
Es una paradoja que pesa sobre todos los gobiernos —incluyendo este—: invertir para la gente a veces no genera aplausos, si no se acompaña de una narrativa simbólica potente.
¿Quién decide las prioridades?
No siempre es el gobierno quien tiene la última palabra. Como vimos en el capítulo anterior, las élites económicas —Don Dinero— ejercen una presión constante para que las inversiones públicas favorezcan sus intereses.
Grandes proyectos de infraestructura suelen adjudicarse a empresas con conexiones políticas, a menudo sin licitaciones transparentes.
Incentivos fiscales para hoteles o zonas francas, que superan el 5% del PIB, se justifican como “atracción de inversión”, pero generan empleos precarios y pocos beneficios para las comunidades locales. Mientras, las necesidades de los más vulnerables —como agua potable, vivienda digna o transporte público eficiente— quedan relegadas.
Incluso cuando el gobierno intenta priorizar proyectos sociales, enfrenta resistencias. Iniciativas para mejorar el transporte público o invertir en barrios marginales chocan con intereses que prefieren megaproyectos de alto perfil.
No es que los políticos no quieran. Es que cuando la riqueza está en pocas manos, Don Dinero impone su agenda.
El costo del espejismo
La inversión pública mal focalizada tiene un costo humano:
En los barrios, la falta de aceras y drenaje convierte las lluvias en desastres. En los hospitales, los pacientes hacen filas eternas por una cama o un medicamento. En las escuelas, los niños aprenden en aulas hacinadas o deterioradas, sin recursos para competir en un mundo globalizado.
Los gobiernos han dado pasos, como aumentar el presupuesto educativo al 4% del PIB, pero los resultados no llegan a todos o no se ven. La ejecución ineficiente, la corrupción y la presión de las élites diluyen el impacto.
¿Y qué podemos exigir?
Si queremos que la inversión pública deje de ser un espejismo, debemos exigir:
✅ Prioridades claras: que el presupuesto se enfoque en necesidades estructurales —salud, educación, vivienda— antes que en obras de relumbrón.
✅ Transparencia total: licitaciones abiertas y auditorías independientes para garantizar que los contratos no favorezcan a los de siempre.
✅ Inversión local: proyectos que beneficien directamente a las comunidades, como acueductos, transporte público o centros de salud equipados.
✅ Participación ciudadana informada: no basta con opinar; hay que involucrarse con conocimiento, comprender los procesos, exigir con argumentos y construir ciudadanía.
✅ Revisión de incentivos: eliminar exenciones fiscales que no generen beneficios sociales medibles.
La inversión pública no puede seguir siendo una vitrina para el poder. Aunque eso sea lo que la población exija. Debe ser un mecanismo para cerrar brechas.
Y aunque muchos gobiernos —incluido el actual— han intentado corregir el rumbo, aún falta mucho por hacer.
No basta con crecer. Hay que crecer con justicia. No basta con construir. Hay que construir para todos.