El caso de la joven dominico-rumana supuestamente asesinada por su expareja, es un reflejo claro de cómo la sociedad dominicana ve los casos de violencia doméstica.
Ahora se sabe por las múltiples denuncias que salen por todas partes, que el jóven en cuestión, estaba fuera de control desde hace mucho tiempo, y que sus padres hacían lo que muchos otros, justificaron y banalizaron su comportamiento, echándole agua al vino, diciéndole así mismos que eran cosas de muchachos, y pagando por el silencio de las víctimas y las autoridades, una costumbre entronada en nuestra cultura que muestra la corrupción del sistema, pero también la forma de pensar de nuestras familias, que entienden que la violencia de sus hijos es normal, que sus parejas son muñecas que adquieren y sobre las que tienen derechos, pero también refleja que las familias siguen viendo normal que sus hijas reciban este trato.
Todo el mundo lo sabía, pero entre láseres, intercambios comerciales, miedo y sabrá Dios que más, callaron y el resultado es este, una muerte más a engrosar las estadísticas de femenicidios y en unos años ese jóven aun cumpliendo su condena saldrá y seguirá con su vida y de su víctima no quedará más que el recuerdo entre sus familiares.
¡Paremos esto, entre todos!