
Por Elvin Castillo
La controversia desatada a nivel mundial sobre los fondos de USAID y su presunto uso para financiar agendas políticas a través de ONGs y periodistas ha reavivado un debate crucial: ¿hasta qué punto la República Dominicana sigue siendo dueña de su destino? No es un secreto que, durante años, nuestro país ha estado expuesto a la injerencia extranjera disfrazada de cooperación, con agendas que han ido más allá del desarrollo social para tocar los cimientos mismos de nuestra identidad.
En el caso dominicano, esta injerencia no se ha limitado a promover agendas culturales o ideológicas, sino que también ha incidido en asuntos de seguridad nacional como la migración masiva y el debilitamiento de la frontera con Haití. La normalización del aborto, la erosión de valores tradicionales y la desfiguración de nuestra historia han sido síntomas de un proceso más profundo: un intento de remodelar la República Dominicana bajo intereses ajenos, muchas veces en conflicto con nuestra idiosincrasia como nación.
A través de los mecanismos internacionales de financiamiento y cooperación, las grandes potencias han encontrado una forma sutil pero efectiva de condicionar y maniatar a los países en vías de desarrollo. Bajo la apariencia de ayuda económica y asistencia técnica, se han impuesto políticas que responden más a los intereses de quienes financian que a las necesidades reales de las naciones receptoras. Esta dependencia forzada ha debilitado nuestra capacidad de decisión y ha convertido a muchos gobiernos en simples administradores de directrices extranjeras.
Esto debe detenerse. La clave para romper estas cadenas está en el fortalecimiento de la producción nacional, la atracción de inversión bajo términos justos y el incremento de las exportaciones. Necesitamos mejorar la educación en todos los niveles para ser más autosuficientes y competitivos, de modo que podamos negociar desde una posición de fuerza y establecer relaciones con socios que nos respeten y nos vean como aliados, no como dependientes.
En este contexto, la crisis de reputación de organizaciones como Participación Ciudadana no es casualidad. Es la consecuencia natural de un sistema en el que las instituciones que supuestamente defienden la democracia han sido señaladas como instrumentos de agendas foráneas. Esto nos deja una lección clara: si queremos una sociedad verdaderamente democrática y soberana, debemos construir nuestras propias estructuras de representación y defensa.
Es momento de que los dominicanos tomemos las riendas de nuestro destino. La creación de una organización civil que defienda los intereses de la nación, sin injerencia extranjera ni manipulación política, es una necesidad urgente. Para que sea efectiva, debe cumplir con principios fundamentales: financiamiento autónomo, apartidismo, respeto a la identidad nacional y un compromiso inquebrantable con los valores Duartianos. Solo así podremos enfrentar las amenazas internas y externas que buscan diluir nuestra esencia como país.
Estamos en un punto de inflexión histórica. Mientras el mundo se sacude del dominio globalista, la República Dominicana tiene la oportunidad de recuperar su soberanía. No podemos permitir que el futuro de nuestra nación siga en manos de intereses que no nos representan. Es ahora o nunca: organizarnos, unirnos y defender lo nuestro.