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República Dominicana: Cuando gobernar se parece más a robar que a servir

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Por Ann Santiago | Periodista 

 

En las esquinas ya no se vende esperanza, se vende miedo. El miedo de salir y no volver. El miedo de estudiar para terminar como taxista. El miedo de envejecer sin una pensión digna. El miedo de ver a los mismos políticos reciclando promesas que nunca tuvieron intención de cumplir.

 

República Dominicana atraviesa una crisis que no es nueva, pero que se siente más descarada que nunca. La inflación carcome los bolsillos de la clase trabajadora. Lo que antes alcanzaba para medio mes ahora no rinde ni para una semana. El cartón de huevos es casi un artículo de lujo y llenar una funda en el colmado es un golpe directo a la quincena. Mientras tanto, los discursos oficiales siguen hablando de “estabilidad económica” como si viviéramos en Suiza.

 

Pero, ¿de qué sirve una economía “creciendo” si no se siente en el bolsillo del pueblo?

 

Miles de profesionales con títulos universitarios en mano —muchos endeudados hasta el cuello— no encuentran empleo digno. El sistema educativo empuja generaciones hacia una idea falsa de progreso, solo para abandonarlas en un mercado laboral saturado, injusto y elitista. En este país, tener un doctorado no garantiza empleo, pero tener un apellido sí.

 

La delincuencia es otro monstruo sin riendas. Cada día las noticias se llenan de atracos a plena luz del día, feminicidios ignorados por un sistema judicial lento y corrupto, y barrios enteros que viven bajo el yugo del narcotráfico. La policía, muchas veces más temida que respetada, responde tarde o simplemente no responde. Y cuando lo hace, es para proteger a los que tienen, nunca a los que sufren.

Pero lo más grave no es la crisis misma. Es la costumbre. La resignación colectiva. La normalización del robo institucional.

Los políticos roban descaradamente. Hacen licitaciones a dedo, asignan contratos a familiares, inflan presupuestos, lavan dinero y luego salen en televisión a hablar de transparencia. El pueblo lo sabe, lo comenta, lo sufre. Y sin embargo, esos mismos rostros siguen apareciendo en las boletas electorales como si no pasara nada.

Porque aquí, el que roba millones se convierte en ministro, y el que roba para comer termina preso.

 

La impunidad es la enfermedad terminal de este país. Y no habrá justicia social mientras la justicia real siga siendo un chiste.

 

No se trata de un partido. Se trata de una estructura. Una maquinaria política diseñada para beneficiar a unos pocos y exprimir a la mayoría. Gobierne quien gobierne, el pueblo siempre termina pagando la factura.

Este ensayo no busca ser pesimista. Busca ser una alarma. Porque el verdadero peligro no es la crisis. Es el silencio. Es acostumbrarse. Es dejar de indignarse.

 

La República Dominicana merece más. Merece políticos que sirvan, no que se sirvan. Merece un sistema donde el talento y el trabajo pesen más que el tráfico de influencias. Merece vivir sin miedo.

 

Pero para eso, primero hay que decirlo. Gritarlo. Señalarlo. Escribirlo.

Y aquí estoy.


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