La decisión del gobierno del cambio de otorgar la nacionalidad dominicana al premio Nobel Mario Vargas Llosa podría tener dos lecturas:
La primera y asumimos que fue lo que quisieron, el que antes fue crítico del país ahora es un nacional que le tira flores y podría volverse un portavoz a nivel internacional como antes fue uno de nuestro más acérrimo detractor.
La segunda lectura, es que por alguna ignorancia inexplicable nadie recordará que el caballero y su hijo montaron una campaña contra el país acusándonos de racistas, xenófobos y llegando al extremo de compararnos con la Alemania Nazi, esa que usaba los huesos de los muertos para hacer calles, hacinaba seres humanos y los dejaban podrir en vida o como mano de obra esclava o como sujetos de experimentación al punto de venderlos a los laboratorios, como si de ganado se tratase, pero según él, éramos nosotros y decimos éramos, porque esperamos que por obra y gracia de la cédula dominicana cambie de opinión.
La verdad es que a veces el mensaje desde el gobierno central es extraño con respecto a las relaciones dominico-haitiana, el Presidente Luis Abinader sale y defiende férreamente nuestro derecho a definir nuestra política migratoria, defensa en la que todos sin importar partido le apoyamos, pero en la casa entonces ninguna de las medidas se toma en serio, los incumbentes hacen lo que les da la gana, enviamos leyes al Congreso con cocoricamo o premiamos una figura de infausta recordación para muchos, independientemente de sus luces y de su prestigio.