
Aulas en crisis: cuando la escuela deja de ser un lugar seguro
Una estudiante de 14 años llevó un arma de fuego a una escuela en Santiago. Según versiones preliminares, no lo hizo para amenazar a nadie, sino para “mostrarla” a sus compañeros. El detalle parece menor, pero no lo es.
Porque el simple hecho de que un arma llegue a manos de una menor y cruce el umbral de un centro educativo ya debería encender todas las alarmas nacionales.
Y no es el primer caso. En el pasado, un estudiante de un colegio privado también fue captado con un arma dentro de las instalaciones. ¿La respuesta institucional? Intentar penalizar a la estudiante que hizo público el hecho.
Es decir, en vez de enfrentar el problema, se intentó silenciarlo.
Lo que estos casos demuestran es que el fenómeno no escapa ni a la nacionalidad ni a la clase social. Sin embargo, es en el sistema público donde la situación se ha vuelto crónica y visible, con un desfile continuo de videos de golpizas, acoso, sexo, consumo de drogas, agresiones a profesores, armas blancas y hasta muertes por violencia escolar.
Nos hemos acostumbrado a ver todo eso como si se tratara de una serie de Netflix: viral, impactante y ajena.
Pero no lo es. Es la realidad de cientos de estudiantes y docentes dominicanos, atrapados en aulas que han dejado de ser espacios de formación para convertirse en territorios sin control.
¿Cuándo ocurrió ese giro?
¿Cuándo las aulas pasaron de ser lugares de resguardo moral y académico a convertirse en antros de iniciación de la perdición?
¿Dónde están los policías escolares, los protocolos de prevención, los sistemas de alerta temprana, las unidades de salud mental, los mecanismos de inteligencia escolar?
¿Y más importante aún: tienen autoridad real los llamados “policías escolares” o son simples enganchados sin preparación, puestos ahí para cumplir cuotas de nombramientos?
El Ministerio de Educación y los organismos de inteligencia del Estado deben reaccionar antes de la tragedia, no después. Pero en República Dominicana, como en Macondo, todo parece depender de una desgracia mayor para que el país reaccione. Nos indignamos, lloramos, exigimos renuncias… y después olvidamos.
No podemos seguir esperando la próxima catástrofe viral para prestarle atención a lo que está pudriéndose en silencio.
Porque si dejamos que la escuela colapse, no habrá futuro ni nación que rescatar.