La educación pública: nuestro principal recurso

Por pregoadmin

Por Manuel J. Campos


La pandemia, esta maldita pandemia, ha puesto a nuestra civilización frente al espejo de la realidad y hemos podido comprobar como, sin todas las “joyas” que nos hemos ido regalando a lo largo de nuestra historia como seres humanos, la imagen que vemos dista mucho de la que pensábamos que teníamos. Nos ha demostrado que esas joyas no eran  sino bisutería barata; nos ha demostrado, en definitiva, cuan frágil es nuestra sociedad;  como un simple microorganismo es capaz de hacer saltar todas las costuras de nuestra civilización.

A estas alturas, nadie puede negar que la educación ha sido (y es) uno de los pilares básicos de nuestra sociedad más afectados por la pandemia de la COVID-19.

Según estadísticas reconocidas internacionalmente, unos 1.500 millones de estudiantes de todo el planeta están afectados (y afectadas) por el cierre de los centros educativos en los diferentes niveles de la enseñanza.

Pero además, lo cierto es que todavía podemos empeorar aún más, si cabe, esta situación si cometemos el gran error de creer que se trata solo de un impacto circunstancial, momentáneo y pasajero. 

Por otra parte, también resulta muy evidente que, a pesar de que los efectos sobre la educación en general están siendo devastadores, no todos los estudiantes los están viviendo por igual ni se han visto afectados en la misma medida.

El primer gran efecto negativo lo están sufriendo, fundamentalmente, los adolescentes y los estudiantes universitarios. Este efecto no es otro que la deserción. Miles de estudiantes están abandonando sus estudios, quizá para siempre, debido a la pérdida de atractivo que una educación muy deteriorada supone para ellos y ellas.

Pero no solo es ese el motivo. La desigualdad social, anterior a la pandemia, está haciendo que los estudiantes de las capas más humildes de nuestras sociedades tengan que abandonar sus estudios (el único recurso que les permitiría avanzar hacia una mayor calidad de vida) por la necesidad de contribuir a la supervivencia de sus familias y a la suya propia.

Los efectos de la pandemia están provocando que la educación no solo pierda su capacidad de generar movilidad social e igualdad, sino que pueda convertirse en todo lo contrario, en una fuente de mayores diferencias sociales, de exclusión y vulnerabilidad.

Otro de los grandes efectos negativos sobre la educación va a ser el deterioro del aprendizaje de los propios estudiantes de todos los niveles educativos. Sin lugar a dudas, este efecto también se podrá observar en los estudiantes privilegiados de las clases más altas (normalmente en centros educativos privados), si bien es cierto que, probablemente, lo sufran en mucha menor medida. 

Si no tomamos las medidas adecuadas, la pérdida (presente y futura) de la calidad y la capacidad del sistema educativo en su conjunto y en todos sus niveles será un hecho. Estaremos condenando a varias generaciones no solo a no avanzar en su desarrollo, prosperidad y bienestar, sino a retroceder a niveles de épocas pasadas.

La clave para tomar las medidas adecuadas necesarias está en no repetir los fallos que el sistema educativo tenía antes de la pandemia.

Parece mentira que todavía no hayamos aprendido que la debilidad del sistema público de educación es un daño para el conjunto de la sociedad que, no solamente pagaremos ahora sino que, también, haremos pagar a las próximas generaciones. 

Un sistema educativo público, universal, gratuito y de calidad, es el principal recurso para construir sociedades desarrolladas, socialmente justas e igualitarias 

Si después de la pandemia, seguimos sin apoyar decididamente a la educación pública estaremos causando un grave deterioro, tal vez fatal, a nuestra sociedad. 

Sin ningún lugar a dudas, ahora, más que nunca, se hace imprescindible alcanzar, con el mayor consenso social posible, un gran pacto de Estado que garantice estabilidad y recursos suficientes para la educación de las próximas generaciones. Un gran pacto de Estado que aproveche la “oportunidad” para cambiar los paradigmas de la educación actual pensando en que si no estuviéramos haciendo las cosas así, porque así lo hemos hecho siempre, cómo las podríamos hacer.


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