
La reciente intervención policial en una barbería de Santo Domingo, que culminó en su cierre forzoso, evidencia un problema mayor que trasciende el incidente puntual: la preocupante desconexión entre las instituciones del orden y la realidad social que viven nuestros barrios.
Según expertos consultados en exclusiva, no existe ninguna normativa que limite el horario de operación de barberías o salones de belleza en República Dominicana. Aun si existiera confusión sobre los permisos de expendio de alcohol, la hora límite no había sido alcanzada. Sin embargo, la acción de las autoridades demuestra no solo un exceso de fuerza, sino una peligrosa falta de coordinación entre el Ministerio de Interior y Policía y la propia Policía Nacional.
Este no es un hecho aislado. Forma parte de una serie de impasses recientes en los que, aun teniendo bases legales, las autoridades han crispado innecesariamente a la sociedad por no contar con protocolos claros ni estrategias de comunicación efectiva.
Se ha vuelto habitual ver operativos que parecen más diseñados para exhibir fuerza que para aplicar justicia con criterio. Peor aún: muchas de estas acciones transmiten una creciente sensación de elitismo institucional, donde las prohibiciones más rígidas —como las restricciones a fiestas en barrios populares durante Semana Santa o la eliminación masiva de bocinas— contrastan con la permisividad en zonas exclusivas como Punta Cana o La Romana.
Más allá de los tecnicismos legales, el fondo del problema es más grave: cuando la autoridad actúa de forma arbitraria o desigual, se erosiona la confianza social. Y en un país donde los barrios populares ya viven bajo presiones económicas, exclusión y abandono, ese tipo de acciones solo alimenta la rabia silenciosa, la desconexión institucional y el sentimiento de orfandad ciudadana.
Si aspiramos a una sociedad más segura y más justa, las autoridades deben entender que el respeto no se impone por la fuerza: se gana con legitimidad, justicia y cercanía real a la gente. La lección que deja este caso no debe ser ignorada. De lo contrario, estaremos sembrando el terreno para una tensión social que, en algún momento, será imposible de contener.