Por Álvaro L. Pérez
Durante mucho tiempo, a través de la familia, cultura y educación tradicional se promovieron valores de suma importancia como, por ejemplo, el respeto. Es sabido que, la segunda etapa del desarrollo de la cultura dominicana, se construye con la llegada de los españoles, específicamente durante el gobierno de Nicolás de Ovando; de ahí que el catolicismo se convierte en la religión oficial del país. Ahora bien, si desde el seno familiar educacional, cultural y religioso fueron instruidos los niños que ahora son hombres, ¿por qué son incapaces de aplicar la epojé? Entiéndase por esto “suspensión del juicio”.
Epojé, fue una práctica de la corriente filosófica escéptica que surgió en el siglo IV a. C. Consistió en desarrollar un estado mental “suspensión” que permitiese “no afirmar ni negar nada”, siendo su mayor representante Pirrón de Elis. El mismo argumentaba que “no sabemos nada” y, por lo tanto, tal deficiencia ha de considerarse una limitante al momento de enjuiciar a otros. Luego, Edmund Husserl en su fenomenología hurgó en el asunto; aportando que no podemos limitarla solo a las opiniones, sino a la realidad misma.
Así como los escépticos que fueron primeros y previeron las consecuencias que implicaban enjuiciar a otros, cabe cuestionar, si el hombre del siglo XXI está en la misma capacidad. Si enmarcamos el análisis a los medios de comunicación, por ejemplo, hallamos que la emisión de juicios es un oficio muy bien pagado. ¿Y qué decir sobre los programas de farándula? Inventan calumnias y chismes para elevar los ratings cuando los programas que transmiten no generan los resultados o “views” esperados.
Por consiguiente, ¿a qué conlleva limitarse únicamente a observar y considerar los hechos —“suspender el juicio”— y no expresar en lo absoluto nada? Conlleva a la apatía, no solo filosófica, sino también a la social. Suspender el juicio se constituye en la inhibición de las opiniones, es como vivir en la extremidad del silencio.
Hacer silencio en el tipo de sociedad que vivimos, sería morir en vida. La filosofía, precisamente, en esto consiste: en implicarse en las cosas, poner patas arriba lo que la sociedad da por sabido y asume como axioma […], aunque soy partidario de que la opinión de cualquier tema social se haga con mesura.
El estado mental que ambicionaban los escépticos, en cierto modo, terminaba aislándolos. A pesar de la distinción entre su época y la nuestra un filósofo requiere de tranquilidad de espíritu para ejercitar el pensamiento, no significando esto vivir al margen de los acontecimientos, agrego.
“Hacer silencio, también es hablar”. La sociedad en esta parte juega un rol importante, porque aun no siendo interpretada por el silencio actúa como si lo estuviese, por ejemplo: el desinterés porque las instituciones del país funcionen, en la apatía en los procesos electorales y en la desconfianza del sistema judicial.
En definitiva, los tipos de silencio presentes están en todo el cuerpo social y, ese estado de “no pronunciación”, entreabre las puertas a prácticas políticas tradicionales, a continuar maniobrando el “erario” y endeudándonos por las próximas generaciones.
Ante tal situación, estamos en la obligación de tomar la palabra; si con el silencio también se habla, acompañemos nuestra voz con acciones que perduren y trasciendan.