Por el Dr. Nelson Rosario El autor es profesor de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD)
Erasmo de Róterdam (1466-1536), uno de los humanistas más influyentes del Renacimiento, fue una figura clave del llamado humanismo cristiano, corriente que buscó renovar la vida de la Iglesia desde la ética, la razón y la imitación auténtica de Cristo. Crítico mordaz de los abusos clericales y defensor de una fe ilustrada, Erasmo se opuso tanto al fanatismo como a la superstición, promoviendo la moderación, la educación moral y la reforma interior como camino para recuperar la autenticidad del mensaje evangélico. Su obra más emblemática, Elogio de la Locura, utilizó la ironía para denunciar la corrupción, el lujo desmedido y la falta de coherencia de los líderes eclesiales de su tiempo, no con espíritu de ruptura, sino con el deseo profundo de una renovación moral que devolviera credibilidad a la Iglesia. En este marco, su pensamiento ofrece hoy un lente privilegiado para examinar los desafíos éticos que enfrenta la Iglesia Católica Dominicana.
La reflexión sobre el pensamiento de Erasmo de Róterdam adquiere una relevancia singular en tiempos donde la autoridad moral de las instituciones religiosas es objeto de escrutinio público. En la República Dominicana, la Iglesia Católica continúa desempeñando un rol cultural, social y espiritual de considerable influencia; sin embargo, diversos escándalos, tensiones internas y cuestionamientos éticos han afectado su credibilidad ante una ciudadanía cada vez más crítica y exigente. Ante este panorama, el humanismo cristiano de Erasmo fundado en la ética, la autocrítica y la imitación de Cristo, ofrece una plataforma privilegiada para analizar los desafíos actuales de la Iglesia dominicana.
Su propuesta de reforma, lejos de buscar rupturas, planteaba un retorno a la esencia del cristianismo mediante la sencillez evangélica, la virtud interior y una conducción institucional guiada por la prudencia, la moderación y el servicio. Revisar el pensamiento erasmiano y colocarlo frente a la realidad contemporánea, permite no solo identificar los puntos de tensión entre el ideal cristiano y la práctica institucional, sino también, señalar vías de renovación que preserven la relevancia moral de la Iglesia en la vida social dominicana.
Erasmo de Róterdam, figura central del humanismo cristiano del siglo XVI, se enfrentó a una Iglesia marcada por excesos, privilegios y una creciente distancia entre el mensaje evangélico y la conducta de sus representantes. A través de obras como “Elogio de la Locura” (1511), denunció con ironía la hipocresía del clero, la pompa innecesaria, la acumulación de riquezas por parte de Obispos y Papas, y el uso del poder eclesiástico para fines personales.
Su crítica, no obstante, nunca estuvo orientada a la confrontación violenta, ni a la ruptura doctrinal; por el contrario, aspiraba a una reforma moral desde dentro, convencido de que la Iglesia debía volver a su origen evangélico, y a una vida inspirada en la humildad y la imitación sincera de Cristo (Johnson, 1976). Para Erasmo, la esencia del cristianismo residía en la vida interior, la moralidad y la virtud, más que en los ritualismos o en las estructuras jerárquicas rígidas. Su propuesta buscaba desplazar el énfasis desde lo externo hacia lo interno, desde la apariencia hacia la autenticidad, desde el poder hacia el servicio.
El pensamiento erasmiano colocaba la ética por encima de los ritos. Afirmaba que la verdadera piedad no brotaba de la vida monástica ni del estatus clerical, sino del bautismo y de la imitación de Cristo, fundamento que igualaba a todos los creyentes en dignidad espiritual. Por ello, cuestionó abiertamente la idea de que la vida consagrada otorgase un nivel de santidad superior, y criticó la ignorancia deliberada, la superstición y los comportamientos inmorales presentes en diversas órdenes religiosas.
A juicio de Enrique Dussel (1934), destacado filósofo, historiador y teólogo argentino-mexicano, y reconocido internacionalmente como uno de los fundadores de la Filosofía de la Liberación y la Teología de la Liberación: el humanismo cristiano, ilustrado, moderado y profundamente moral de Roterdam, sostenía que la vida cristiana debía basarse en la humildad, la prudencia, el autocontrol y la caridad, valores que debían reflejarse especialmente en la conducta de quienes ejercían autoridad dentro de la Iglesia.
La vigencia del pensamiento de Erasmo se hace particularmente visible al situarlo frente a la realidad contemporánea de la Iglesia Católica Dominicana. En las últimas décadas, numerosas denuncias de abuso de poder, irregularidades administrativas y escándalos de orden moral, han generado en la ciudadanía una percepción de distancia entre el mensaje evangélico y ciertas prácticas institucionales. En un contexto donde la confianza pública en las instituciones se encuentra debilitada; la Iglesia dominicana enfrenta el desafío de demostrar que su autoridad espiritual no depende de su tradición histórica, sino de la coherencia ética entre su enseñanza y su comportamiento. Tal como advierte teólogo brasileño Leonardo Boff (1985), la credibilidad de una institución religiosa se erosiona profundamente cuando sus líderes no encarnan los valores que proclaman, y su conducta contradice el mensaje que predican.
Desde una lectura erasmiana, estos desafíos reclaman una reforma profunda que recupere la esencia del servicio cristiano. La autocrítica, un elemento central en la propuesta de Erasmo, se vuelve indispensable en el ámbito dominicano. Para él, una Iglesia incapaz de examinarse a sí misma y de corregir sus faltas estaba condenada a perder su legitimidad moral. La renovación espiritual no se logra mediante proclamaciones, sino mediante un cambio auténtico en la conducta institucional: mayor transparencia en la administración de recursos, cercanía pastoral, rendición de cuentas, austeridad y compromiso real con los más vulnerables de la sociedad.
Además, el pensamiento de Erasmo invita a considerar el valor del discernimiento moral en la vida eclesial. Para él, la Iglesia debía guiarse por una conciencia crítica permanentemente iluminada por la razón y el Evangelio, evitando caer en la rigidez dogmática, o en el conformismo institucional. El discernimiento, entendido como un ejercicio intelectual y espiritual, permitía distinguir entre lo esencial y lo accesorio, entre la verdadera piedad y los hábitos vacíos, y entre la misión pastoral y la tentación del poder.
En la realidad dominicana, este principio se vuelve indispensable frente a desafíos como la politización de sectores eclesiales, la instrumentalización de la religiosidad popular, y la tendencia a convertir la autoridad espiritual en un instrumento de influencia pública. El discernimiento erasmiano reclama una Iglesia que piense y que se piense, que evalúe su impacto, que cuestione sus propias decisiones, y que dialogue con la sociedad desde la razón, la ética y la humildad.
Asimismo, Erasmo resaltaba la ejemplaridad moral como fundamento del liderazgo eclesial. Ningún discurso doctrinal, afirmaba, posee la fuerza transformadora del ejemplo personal: “la Iglesia convence más por la conducta de sus ministros, que por los sermones o documentos que produzca”. En la República Dominicana, este principio adquiere especial relevancia en un contexto que demanda coherencia ética y transparencia. La vida íntegra del clero, en su trato con los fieles, en la administración de bienes y en su comportamiento público y privado, es hoy esencial para recuperar la confianza social. Una Iglesia que encarna justicia, honestidad y compasión ejerce verdadera autoridad; aquella que contradice esos valores pierde inevitablemente el respeto de la comunidad. Erasmo entendió con claridad profética que la legitimidad moral es un patrimonio irrenunciable, cuya pérdida implica un alto costo espiritual y social.
En este sentido, la República Dominicana ofrece un escenario donde el mensaje erasmiano puede adquirir un valor orientador. Un país marcado por profundas desigualdades sociales, pobreza persistente y desafíos estructurales, requiere de instituciones, incluida la Iglesia, que actúen como referentes éticos y agentes activos de transformación. Cuando la Iglesia se distancia de este papel, su influencia social se reduce a meros formalismos o intervenciones esporádicas. Por el contrario, una Iglesia coherente con los valores evangélicos puede convertirse en un actor significativo en la promoción de la justicia social, la protección de los derechos humanos y el fortalecimiento de la dignidad humana.
El cristianismo razonable defendido por Erasmo, también resulta pertinente para el contexto dominicano. Este humanista rechazaba tanto el fanatismo, como la superstición, promoviendo una fe ilustrada que dialogara con la razón, y que se sustentara en la educación moral. Para él, la verdadera reforma no surgía de imposiciones autoritarias, sino del ejemplo personal, el diálogo sincero y la enseñanza basada en la caridad. Esa visión contrasta de forma directa con ciertos comportamientos institucionales contemporáneos que a veces ponen el funcionamiento interno por encima del cuidado de las personas; los intereses políticos, por encima de la misión pastoral; y la protección de la propia imagen, por encima de la transparencia.
La advertencia erasmiana sobre los peligros del lujo clerical y la acumulación de poder se hace aún más relevante en un tiempo donde los medios de comunicación difunden rápidamente cualquier contradicción entre los ideales de la Iglesia, y las prácticas de algunos de sus representantes. Para Erasmo, una Iglesia preocupada por sus privilegios mundanos pierde su función esencial como guía moral. La austeridad, la moderación y la humildad no son virtudes opcionales, sino parte fundamental del testimonio cristiano. Cuando estos principios se descuidan, como ocurre en ocasiones en el contexto dominicano, la autoridad espiritual se debilita y la comunidad de fieles se siente defraudada.
En definitiva, el pensamiento de Erasmo de Róterdam ofrece una perspectiva profundamente útil para comprender los desafíos contemporáneos de la Iglesia Católica Dominicana. Su insistencia en la ética, la coherencia, la virtud interior y la reforma moderada, constituye una invitación a la renovación espiritual en medio de un contexto social complejo. La vigencia de su propuesta radica en la convicción de que la autoridad de la Iglesia no proviene del poder institucional, sino de la fidelidad al Evangelio vivido con autenticidad.
En un país que exige transparencia, justicia y responsabilidad, la Iglesia dominicana tiene la oportunidad de asumir el llamado erasmiano a la sencillez evangélica, fortaleciendo así su credibilidad y su misión histórica como guía moral de la nación.
Reflexión final
A la luz del pensamiento de Erasmo de Róterdam, la crisis ética que hoy atraviesa la Iglesia Católica Dominicana, no debe verse únicamente como un signo de decadencia institucional, sino como un llamado urgente a recuperar la autenticidad del Evangelio. Erasmo nos recuerda que la verdadera reforma no nace de decretos, ni de defensas corporativas, sino de la conversión interior, la humildad intelectual y la valentía moral para reconocer errores sin maquillarlos.
En un contexto dominicano donde la ciudadanía observa con desconfianza los contrastes entre el discurso pastoral y ciertas prácticas institucionales, este mensaje funciona como un espejo implacable: la Iglesia solo podrá preservar su autoridad espiritual, si renuncia a la lógica del poder y se reencuentra con la sencillez evangélica, el servicio desinteresado y la ejemplaridad moral de sus ministros. La renovación que Erasmo proponía, prudente, ética y centrada en la imitación de Cristo, no es una utopía del siglo XVI, sino una necesidad impostergable para una Iglesia que, si aspira a seguir siendo guía moral en la sociedad dominicana, debe redescubrir la fuerza transformadora de la verdad, la transparencia y la coherencia entre lo que proclama y lo que vive.
El principio erasmiano de moderatio, prudencia, equilibrio y rechazo de los excesos, resulta hoy especialmente pertinente para evaluar la conducta institucional y ciudadana en la República Dominicana. La voz de Erasmo recuerda que toda comunidad, y no solo la Iglesia, preserva su autoridad moral cuando cultiva la virtud, la razón y la coherencia entre lo que proclama y lo que vive. Su crítica, siempre irónica pero profundamente pedagógica, buscaba corregir desviaciones sin romper la unidad, inspirando una reforma fundada en la introspección y no en la confrontación. En su philosophia Christi, Erasmo resumía una fe sencilla centrada en la virtud interior y en la imitación auténtica de Jesús, un llamado permanente a la transparencia y a la integridad. En última instancia, su legado interpela tanto a instituciones como a ciudadanos, recordándonos que una sociedad solo se engrandece cuando cada uno decide vivir con la misma coherencia moral que exige a los demás.













