La alta concentración de capitales , la desigualdad y el inmovilismo socio – político impulsan reeleccionismo histórico.

Por pregoadmin

Imaginemos al año 2003, que la intervención político – estatal en el sector financiero nacional privado sólo hubiera supuesto una perturbación temporal, aunque catastrófica, de unos partidos politicos y una economía estables. En tal caso, una vez la economía dominicana habría recuperado la normalidad para continuar progresando, ¿Cómo habría sido, en tal caso, la estabilidad socio cultural de los partidos politicos actuales? Es imposible saberlo y no tiene objeto especular sobre algo que no ocurrió y que casi con toda seguridad no podía ocurrir. No es, sin embargo, una cuestión inútil, pues nos ayuda a comprender las profundas consecuencias sociales y políticas que tuvo el hundimiento económico del período gubernamental de entre 2000-2004, en el devenir histórico de la sociedad civil del Siglo 21.

En efecto, si no se hubiera producido la crisis social y económica del ano 2003, no habría existido FMI y, casi con toda seguridad, tampoco reelección. Además, difícilmente el sistema político actual habría sido
considerado como una alternativa al mismo. Las consecuencias de la intervención político-estatal en la banca privada nacional privada, a las que se alude brevemente, fueron verdaderamente dramáticas. Por decirlo en pocas palabras, la primera década del Siglo 21 (2000-2010) es incomprensible sin entender el impacto de esta catástrofe económica. -Este es el tema del presente artículo.- La guerra norteamericana en Irak devastó algunas zonas del viejo mundo, principalmente en Europa.

La crisis económica mundial, que es el aspecto más llamativo del derrumbamiento de la civilización burguesa occidental del Siglo 21 – tuvo una difusión social y cultural más amplia: desde México a China y, a través de los movimientos de liberación colonial, desde Libia hasta las torres gemelas en Nueva York. Sin embargo, no habría sido difícil encontrar zonas de Occidente, cuyos habitantes no se vieron afectados por el proceso revolucionario en Irán y en Medio Oriente, particularmente los ciudadanos de Estados Unidos, la Francia de Sarkozy, y extensas zonas del tercer mundo capitalista del África colonial subsahariana. No obstante, la crisis financiera global fue seguida de un derrumbamiento de carácter fiscal, al menos en todos aquellos lugares en los que los hombres y las mujeres participan en un tipo de transacciones comerciales de carácter impersonal.

De hecho, la burguesía norteamericana no sólo no quedó a salvo de las convulsiones que sufrían las poblaciones tercermundistas de América Latina y el Caribe sino que la crisis social y económica actual es el epicentro del mayor conflicto histórico- político de los Estados Unidos desde 1929: la gran depresión del consumo que se registró en
Asia y Europa. En pocas palabras, la economía capitalista mundial parece derrumbarse en el mismo período de recesión y demanda y ningún Banco Central sabe cómo podría recuperarse. El funcionamiento de la economía dominicana no ha sido nunca uniforme y las fluctuaciones históricas de diversa duración, a menudo cíclicas (1962-2000) constituyen una parte esencial de esta forma de organizar los monopolios del mundo.

El llamado ciclo económico de expansión y depresión (1900-1965) era un elemento con el que ya estaban familiarizados todos los hombres de negocios desde Buenaventura Báez. Su repetición entre 1966 y 1986 estaba prevista, con algunas variaciones, en períodos de entre 10 y 20 años. A finales del 1995 se empezó a prestar atención a una periodicidad mucho más prolongada, cuando los observadores neoliberales del FMI comenzaron a analizar el inesperado curso de los acontecimientos histórico-sociales de los decenios anteriores (1986 -2006).

A una fase de prosperidad sin precedentes – desde el punto de vista del crecimiento – entre 1990 y 2000, habían seguido (cuatro años de incertidumbre económica). (Los autores que escribían sobre temas económicos hablaban con una cierta inexactitud y de una gran restricción). A comienzos de los años ochenta, los economistas “social demócratas” formularon las pautas a las que se había ajustado el desarrollo económico desde finales de 1978, si bien ni el gobernador del Banco Central de entonces, ni el posterior, entre 1982 y 1986, ni ningún otro científico social pudo explicar satisfactoriamente esos ciclos históricos y algunos estadísticos escépticos de la sociedad civil de hoy,
han negado su existencia. Por cierto, entre 1982 y 1986, la gobernación del Banco Central afirmaba que en este momento la onda larga de la economía mundial iba a comenzar su fase descendente. Estaba en lo cierto.

En épocas anteriores, los hombres de negocios y los economistas del PRD aceptaban la existencia del alto endeudamiento, de las deudas y los ciclos, largos, medios y cortos, de la misma forma que el campesinado dominicano trujillista pos Lilís aceptaba los avatares de la Virgen de la Altagracia. La historia de la economía de posguerra se había caracterizado por un progreso técnico acelerado, por el crecimiento económico continuo, aunque desigual, y por una creciente globalización, que suponía una división del trabajo, cada vez más compleja, a escala global y la creación de una red cada vez más densa de corrientes monopólicas de intercambio de mercancías que se ligaban a cada una de las partes de la economía nacional con el sistema global.

El progreso técnico continuo de los ricos, incluso se aceleró, en la era del FMI y compartes, transformando las zonas rurales y reforzando la “modernización” de las urbes gracias a ellas. Aunque en las vidas de casi todos los dominicanos nacidos después de 1965 predominaron las experiencias económicas de carácter cataclísmico, que culminó en el gran sismo social y político de entre 1963 y 1984, ya nadie confiaba en este tipo de democracia. El crecimiento económico no se interrumpió durante esas décadas. Simplemente se desaceleró. Si un marciano hubiera visitado el Banco Central y hubiera estudiado la curva de los movimientos económicos desde una distancia suficiente como para que se le pasasen por alto las fluctuaciones que desde 1844 los
dominicanos experimentaban, habría concluido – como ya dije en el capítulo anterior – “Que la economía dominicana continuaba expandiéndose.” Las estadísticas del comercio nacional sólo contabilizan el comercio que se registra en las fronteras nacionales.

Entre 2000 y 2010, el volumen de los préstamos internacionales se disparó. Curiosamente, el sentimiento de catástrofe y desorientación causado por la crisis del 2003 fue mayor entre los hombres de negocios del CONEP, los economistas fondo monetaristas y los políticos neoliberales que entre la población. El desempleo generalizado (2000-2004) y el hundimiento de los precios agrarios perjudicaron gravemente a la población, pero al 2004 la población estaba segura que existía una solución política para esas injusticias – ya fuera en la derecha extrema o en la centro izquierda – que haría posible que los pobres pudiesen ver satisfechas sus necesidades psicologicas.
Era, por el contrario – a la inexistencia de soluciones – en el marco de la vieja economía liberal – lo que hacía tan dramática la situación de los responsables de las decisiones históricas. A juicio de la secretaria de finanzas de Hipólito Mejía Domínguez al dar inicio a la intervencion de BANINTER: “Para hacer frente a corto plazo a las crisis inmediatas, BANINTER se veía obligado a socavar la base a largo plazo de una economía en crecimiento”. Las consecuencias políticas inmediatas de este episodio -(se analizarán más adelante)- el periodo de gobierno más traumático en la historia del capitalismo financiero contemporáneo. Pero es necesario referirse sin demora a su más importante consecuencia a largo plazo. En pocas palabras, la gran crisis financiera del 2003
desterró el liberalismo económico de los gurus fondomonetaristas durante los próximos 20 años.

El abandono por parte del sistema financiero nacional de los elementos esenciales de la identidad económica, de la vigilancia y la observación, así como lo es la constitución en la identidad política de República Dominicana, ilustra dramáticamente la rápida generalización del proteccionismo extranjero en ese momento.
Más concretamente, la gran crisis financiera del 2003 obligó a los gobiernos nacionales a dar prioridad a las consideraciones sociales de República Dominicana sobre las económicas en la formulación de sus políticos. El peligro que entrañaba no hacerlo así – la radicalización de la población y, como se demostró en América Central, la radicalización de la extrema derecha, la expansion de las pandillas junto al renacimiento del lavado de activos, era excesivamente amenazador.

¿A quién puede sorprender que República Dominicana aprobara su ley de seguridad social casi en pleno Siglo 21? Nos hemos acostumbrado de tal forma a la generalización de los hechos históricos, a la comparación inútil de nuestras realidades con otros ambiciosos sistemas de desarrollo social, posibles en los países desarrollados del capitalismo industrial, – como Japón o los Estados Unidos – que olvidamos como era República Dominicana al 1961, en el sentido moderno de la expresión, antes de 2010. Incluso las provincias del Norte, Santiago de los Caballeros, por ejemplo, estaban tan sólo comenzando a implantar la automatización tecnológica en ese momento. De hecho, la expresión “modernidad” no comenzó a utilizarse hasta bien entrado los años noventas.

Ello no supone subestimar las raíces estrictamente fiscales del problema, cuyo origen es fundamentalmente político. Sin entrar en los detalles, dos cuestiones estaban en juego: a) La problemática del subsidio eléctrico; y b) Las consecuencias socioeconómicas de las transferencias del gobierno dominicano al Banco Central. En mi opinión, si no se reconstruía la economía dominicana al 2004, la restauración de la democracia representativa al 2008 y una economía liberal estables al 2012 serían imposibles.

La política de perpetuar la debilidad de la democracia participativa y de socavar la institucionalidad de los partidos políticos, como garantía de seguridad político- electoral, en tiempos de crisis global, era contraproducente.

Por: Juan Carlos Espinal


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